viernes, 7 de diciembre de 2018


LAS TESIS SOBRE LA HISTORIA: SOBRE EL CONCEPTO DE HISTORIA DE WALTER BENJAMINE.
Veronica Alejandra Varela Flores.
Lic. Historia.
UAMCEH-UAT
Las tesis sobre el concepto de historia es la última obra de Walter Benjamin. Cabe aclarar que no es una obra acabada, pues trabajaba en ella poco antes de su muerte. Las tesis proponen una visión de historia distinta a la de los vencedores; es una “visión de los vencidos” que cuestiona la historiografía positiva y sus implicaciones ideológicas y prácticas. Sobre el concepto de historia es un borrador redactado entre 1939 y 1940; publicado en los Ángeles en 1942 por Theodor Adorno en EE.UU., reúne diecinueve tesis sobre la escritura y producción de la historia. El escrito está lejos de ser un cuerpo ordenado de postulados y premisas en torno a la historia y su ejercicio.
Las tesis aquí expuestas son fruto de un tiempo particular. Benjamin compuso estas tesis en una época de persecución y barbarie. La década de los años 30 es el escenario de la ascensión del fascismo y la transformación del socialismo en totalitarismo. Benjamin fue testigo en carne y hueso de la persecución a los judíos, de la sumisión de las supuestas democracias europeas al régimen nazi (Tratado de Munich de 1938) y el fracaso de la Revolución rusa (Pacto germano-soviético de 1939). La reacción ante estos acontecimientos será un intento de mostrar cómo el pasado puede y debe cuestionar y sabotear el orden del presente. Para comprender como Benjamin sostiene estas tomas de posición aspiro, primero, mostrar el concepto de historia que formula Benjamin y cuál es su relación con el marxismo. En segundo lugar, quiero desarrollar la visión particular de Benjamin sobre la idea de progreso y sus consecuencias para la vida. Finalmente, quiero mostrar cómo la toma de conciencia de las condiciones de producción de la historia conduce a la acción política y revolucionaria.
Las tesis comienzan con una comparación entre el turco mecánico y el materialismo histórico. El turco mecánico pretende ser un autómata con la habilidad de jugar al ajedrez y siempre salir victorioso. Es una máquina que crea la ilusión de ser autosuficiente, de dominar todas las posibles combinaciones de una partida. Sin embargo, es una construcción ilusoria: dentro del mecanismo se oculta un enano que manipula la máquina. El materialismo histórico, la doctrina filosófica que explica el desarrollo de la historia a partir de las condiciones materiales que organizan la vida de los hombres, comparte un rasgo sustancial con este autómata ilusorio: ambos ocultan algo en su interior que garantiza la victoria, la teología. Así, la propuesta de Benjamin en esta primera tesis es cuestionar a la historiografía marxista y cristiana. 
Tesis II
Benjamín nos introduce una primera consideración sobre la experiencia del tiempo: “‘A las peculiaridades más notorias del espíritu humano, dice Lotze, pertenece… junto a tanto egoísmo en lo particular, una falta de envidia general de todo presente respecto de su futuro.’ Esta reflexión apunta hacia el hecho de que la imagen de felicidad que cultivamos se encuentra teñida por completo por el tiempo al que el curso de nuestra propia existencia nos ha confinado.”[1] Esta imagen del tiempo sugiere una idea: la relación del presente con el pasado es más significativa que la del presente con el futuro. El futuro siempre está abierto como posibilidad pues aun no lo hemos perdido o desperdiciado; en cambio el pasado si tiene la capacidad de afectar el presente. Para Benjamin, el pasado constituye un poder que no puede ser agotado ni clausurado, pues no deja de interpelarnos lo que podría haber sido. El pasado exige del presente una redención: “El pasado lleva oculto un índice oculto que no deja de remitirlo a la redención.”[2]
Con esta tesis Walter Benjamín inicia la destrucción del tiempo como un espacio uniforme que solo mira hacia delante; pues el presente es conectado con el pasado a través de esta necesidad de redención. El mesías es para la tradición judía y cristiana el encargado de realizar la redención, mas para Benjamin esta tarea puede y debe ser llevada a cabo por todos: “También a nosotros, entonces, como a toda otra generación, nos ha sido conferida una débil fuerza mesiánica a la que el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos. Reclamos que no se satisfacen fácilmente, como bien lo sabe el materialista histórico.”[3]
Tesis III
Con esta tesis Walter Benjamín nos introduce a la tarea del historiador “El cronista que hace la relación de los acontecimientos sin distinguir entre ellos los grandes y los pequeños responde con ello a la verdad de que nada de lo que tuvo lugar alguna vez debe darse por perdido para la historia.” [4] Benjamin marca así un compromiso con el acto mismo de registrar la historia; el historiador no debe responder para cerrarse a una verdad parcial, pues todos los eventos pasados son significativos para el presente. Con esta postura se afirma la idea de redención de la tesis anterior, pues todo hecho pasado exige una respuesta del presente. Sin embargo, Benjamin hace seguidamente una aclaración: “Aunque, por supuesto, sólo a la humanidad redimida le concierne enteramente su pasado. Lo que quiere decir: sólo a la humanidad redimida se le ha vuelto citable su pasado en cada uno de sus momentos”.[5]
Las tesis IV y V están dedicadas a aclara como los elementos del pasado interpelen al presente “La lucha de clases que tiene siempre ante los ojos el materialista histórico educado en Marx es la lucha por las cosas toscas y materiales, sin las cuales no hay cosas finas y espirituales Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de una manera diferente de la que tienen en la representación que hay en ellas como botín que cae en manos del vencedor. (…) Van a poner en cuestión, siempre de nuevo, todos los triunfos que alguna vez favorecieron a los dominadores”[6]  Benjamin se refiere a que la escritura de la historia no puede ser definitiva a pesar de que la case denominante escriba los discursos oficiales sobre el pasado para justificar el presente, pues nunca podrá detener el retorno de aquello que quiso callar, pues no puede callar  la vos de los oprimidos. Para el historiador sincero que no está al servicio de legitimar el presente, tiene la tarea de atrapar la imagen del pasado que regresa y solo es capaz de hacerlo si tiene un compromiso con su presente: “La imagen verdadera del pasado pasa de largo velozmente. El pasado sólo es atrapable como la imagen que refulge, para nunca más volver en el instante que se vuelve reconocible. La imagen verdadera del pasado es una imagen que amenaza con desaparecer con todo el presente que no se reconozca aludido en ella”[7]. La idea de redención vuelve aquí a aparecer, el historiador comprometido será entonces aquel que se sienta aludido por la imagen del pasado que irrumpe y refulge, que rompe con el continuo del tiempo y reclama ser redimida.
La tesis VI presenta un tono normativo dirigido al historiador que toma una posición política: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo “tal como verdaderamente fue”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro. De lo que se trata para el materialismo histórico es de atrapar una imagen del pasado tal como ésta se le enfoca de repente al sujeto histórico en el instante de peligro. El peligro amenaza tanto a la permanencia de la tradición como a los receptores de la misma. Para ambos es uno y el mismo: el peligro de entregarse como instrumentos de la clase dominante”[8]. Así queda precisada la tarea del historiador: defender las formas de vida presentes en una tradición del peligro de convertirse en un instrumento. El historiador debe hacer valer la dignidad de cada vida humana frente a los intereses materiales y dominadores. Mientras una tradición tenga una voz que la defienda, no puede caer en un curso “necesario” de la historia. Sin embargo, Benjamin no es nada idealista en este punto, sabe que la historia del hombre ha sido una historia de dominación y silencios, que toda victoria y progreso se ha pagado muy caro a pesar de lo que digan los libros habitualmente: “Encender en el pasado la chispa de esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer”[9].
En la tesis IX, a partir de una interpretación de un cuadro Klee titulado Angelus Novus, aparece la imagen del progreso de Benjamin: “Se ve en él un ángel, parece en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener este aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que a nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar”[10].Benjamin exige de esta tesis una interpretación especial, donde se combinan elementos estéticos y judíos. Un ángel de la historia es sólo posible para Benjamin por su tradición judía, que proclama la creación incesante de ángeles enviados por Dios en auxilio de la humanidad. Este ángel, sin embargo, es impotente. Su mirada hacia el pasado es desesperada y reveladora. Donde la humanidad quería leer un progreso de bienestar y civilización, el ángel sólo ve una acumulación incesante de ruinas. La tesis continúa: “El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo”[11]
El progreso es destrucción para Benjamin y su curso incesante se revela en la historia política de la Europa del siglo XX. Para el socialismo europeo, el trabajo era la fuente de progreso por excelencia; mientras más empeñada estuviese una sociedad en el trabajo, más pronto vería los frutos de su esfuerzo. “No hay otra cosa que haya corrompido más a la clase trabajadora alemana que la idea de que ella nada con la corriente. El desarrollo técnico era para ella el declive de la corriente con la que creía estar nadando”[12]. Trabajo como sinónimo de progreso será una segunda patología social identificada por Benjamin. Los líderes socialistas cometieron el error de confiar en la redención de la humanidad por el trabajo, así Josef Dietzgen, amigo de Marx y miembro del V Congreso de la Internacional Comunista, es citado por Benjamin como síntoma del marxismo vulgar: “Trabajo es el nombre del Mesías del tiempo nuevo. En el (…) mejoramiento (…) del trabajo (…) estriba la riqueza, que podrá hacer ahora lo que ningún redentor pudo lograr.”[13] Esta redención por vía del trabajo requería de un desarrollo enorme de las fuerzas productivas del hombre, de ahí el desarrollo incesante de la técnica y de máquinas a lo largo de todo el siglo, que lejos de ponerse al servicio del hombre se convirtieron en su mayor amenaza. La técnica es entendida por este marxismo como dominación de la naturaleza, siempre al servicio del hombre, que pretende solucionar los problemas sociales por medio de la abundancia de bienes materiales; lo contrario no cabe en su imaginación: “Sólo está dispuesta a percibir los progresos del dominio sobre la naturaleza, no los retrocesos de la sociedad. Muestra ya los rasgos tecnocráticos con los que nos toparemos más tarde en el fascismo.”[14]
El reconocimiento de las consecuencias del tiempo histórico homogéneo que conduce al tabú del progreso exige, para Benjamin, una toma de posición política. Una nueva conciencia histórica reclama una revolución. Las tesis han mostrado hasta ahora la posibilidad de un tiempo nuevo, mesiánico y redentor, que no se hunde en una sucesión infinita sino que reclama el poder del instante o la imagen del pasado sobre el presente.
A partir de la tesis XIV, Benjamin formula la posibilidad de un tiempo nuevo que conduzca a la transformación radical: “La historia es objeto de una construcción cuyo lugar no es el tiempo homogéneo y vacío sino el que está lleno de ‘tiempo del ahora’ (jetztzeit).”[15] El “tiempo del ahora” es el tiempo revolucionario. Es un tiempo que no pone sus esperanzas en algún futuro por llegar, sino que inaugura la posibilidad del cambio en cualquier momento. Cada instante tiene el poder de romper el orden social del presente, cada instante carga la posibilidad de redimir el pasado, de que los muertos “no hayan muerto en vano”.
Para Benjamin, la conciencia de la clase revolucionaria es la conciencia de su capacidad de “hacer saltar el continuum de la historia”[16]. Abandona así la concepción clásica del marxismo en la que el proletariado redime al género humano desposeído y enajenado. La revolución ya no se origina a partir de la conciencia del interés de clase, sino de la conciencia histórica. Un ejemplo de esta conciencia es la relación entre revoluciones y calendarios. Los calendarios expresan la forma en que una colectividad experimenta la temporalidad. De esta forma, cada vez que se quiso fundar una nueva sociedad, se cambiaron los calendarios y el tiempo fue reiniciado a cero; asi mismo Benjamín cita un acontecimiento de la Revolución de julio en 1830: “Cuando cayó la noche del primer día de combate ocurrió que en muchos lugares de París, independientemente y al mismo tiempo, hubo disparos contra los relojes de las torres.” [17]
Finalmente, el tiempo como “tiempo del ahora” es también un tiempo singular. No recibe su significado de una construcción metahistórica que “deja que otros se agoten con la puta del ‘hubo una vez’, en el burdel del historicismo.[18]” Cada instante reclama su propio valor fuera de una sucesión continua y detiene el pensar. Así, todo lo que nos era familiar, los objetos, las costumbres y las relaciones habituales, pierde su significado, entra en crisis y requiere un nuevo sentido. El “tiempo ahora” contempla cada cosa en su singularidad, como una mónada: “Cuando el pensar se para de golpe en medio de una constelación saturada de tensiones, provoca en ella un shock que la hace cristalizar como mónada. En esta estructura reconoce el signo de una detención mesiánica del acaecer o, dicho de otra manera, de una oportunidad revolucionaria en la lucha por el pasado oprimido.[19]” La visión de cada acontecimiento en tanto mónada trae en sí un procedimiento dialéctico: lo que antes era un punto en una sucesión es negado al ser puesto como una singularidad; la conciencia que recoge ambos momentos, que reconoce la oposición entre ambas experiencias de la temporalidad, es capaz de conferirle una fuerza mesiánica a ese evento. La tarea política del materialista histórico será identificar una situación política dada, reconocerla en toda su especificidad, en su dominación, y enfrentarse a ella en cada acto posible, en cada instante posible, sin esperar que la historia siga su curso. El pasado, todo lo perdido y destruido para construir el presente, se lo reclama al revolucionario.



[1] Benjamin, Walter, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, México D.F.: Ítaca, 2005, Tesis II, p. 36. En lo que sigue, citaré la tesis y el número de página de esta edición.
[2] Ibid., p. 36.
[3] Ibid., p. 37.
[4] Tesis III., p. 37.
[5] ibid
[6] Ibid., p.38.
[7] Ibid., p.39.
[8] Tesis VI., p.40.
[9] Ibid., p.40.
[10] Tesis., p.44.
[11] Ibid., p.44.
[12] Tesis XI., p.46.
[13] Tesis XI., p.47.
[14] Ibid.
[15] Tesis XIV., p. 51.
[16] Tesis XV., P.52.
[17] Ibid., p.53.
[18] Tesis XVI., P.53.
[19] Tesis XVII., p. 55.

La formación geográfica de México.


La formación geográfica de México.

                                                                                                                                                                     Veronica Alejandra Varela Flores.
Lic. Historia.
UAMCEH-UAT

Carlos Herrerón Peredo (coordinador). (2011). La formación geográfica de México. Tomo 1. México. CONACULTA.

El objetivo de este libro es la de abordar la creación sobre la conciencia sobre el espacio nacional en México. Si bien el libro  no es una historia de la geografía en México, sino más bien una descripción de la forma en cómo se fue desarrollando la idea del espacio entre los siglos. XIX y XX. En donde han intervenido en diferentes niveles los académicos,  los viajeros, las instituciones, el gobierno y las escuelas. Para tal fin esta obra reúne trabajos de geógrafos e historiadores que tienen la finalidad de responder como la geografía ha contribuido a forjar el ideario el espacio de la nación en los siglos antes mencionados.
Muchas veces nos referimos a la idea del espacio; como el referente original de la nación, de la patria grande, de la patria chica. Es el gran escenario donde todo acontece, es algo que nos pertenece a todos; es el patrimonio con el que cada uno de nosotros nos identificamos ya que no es un espacio inerte sino más bien un espacio interactivo donde cada uno fluye de una manera diferente. Para Carlos Herrejon Peredo el espacio-patrimonio, no es una abstracción: es la confluencia de naturaleza y sociedad, es otro actor de la historia.
Lo tanto, la construcción del espacio aquí planteada debe de poner en práctica la intervención de lo imaginario, de lo concreto, de lo individual, de lo colectivo y de lo cultural; en el contexto socio-histórico.
El abordaje ha sido desde la geografía, con el apoyo de otras disciplinas y testimonios que contribuyen a ponderar los espacios del país, (nacional, regional y territorial) por lo que  a lo largo de estos 200 años se puede apreciar la formación geografía de México. Sin bien el tema es extenso aquí solo se plantean algunos rasgos del horizonte en el que se perfila la construcción de la identidad nacional así como la identidad regional de los mexicanos.
La obra que coordina Herrejon está compuesta por seis textos que son los siguientes: Salvador Méndez Reyes abre con el trabajo “Instituciones, obras y viajeros”; le sigue Salvador Álvarez con “Patrimonio territorial y frontera: la visión del estado mexicano en el siglo XIX” y Luis Felipe Cabrales Barajas presenta el texto “Las panorámicas urbanas mexicanas. Representación del paisaje cultural”. Por su parte, Carlos Téllez Valencia participa con el trabajo intitulado “Conocimiento geográfico, organización territorial y educación en el siglo XX”; Omar Moncada Maya y Patricia Gómez Rey con “Patrimonio geográfico de México” y Pastor Gerardo González Ramírez cierra este volumen con “El INEGI, la población y la cartografía”. Esto seis textos nos permiten conocer los principales acontecimientos nacionales que han forjado nuestro espacio geográfico lo largo de los siglos XIX y XX. Empero estos seis textos apenas vislumbran algunas ideas sobre el espacio nacional quedando aun; un largo camino por andar en la identificación de su ideario e imaginario.
Por lo que con toda la información que da fe de los siglos antes mencionados y sobre todo de la gran diversidad geográfica de nuestro país, los diferentes documentos aquí presentados solo llegan a confirmar lo antes ya señalado sobre nuestro espacio geográfico; por lo que los diferentes historiadores y geógrafos se dan a la tarea de darnos a conocer en sus diferentes textos como es que se fue integrando la noción del espacio geográfico; por lo que a continuación se hace una breve descripción de los seis textos de cada uno de estos geógrafos e historiadores.
Salvador Méndez, historiador del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM, por ejemplo, al mismo tiempo que aborda las instituciones, obras y viajeros que produjeron el conocimiento geográfico del México decimonónico, resalta las necesidades de este conocimiento sentidas por intelectuales de la época. También da testimonio de valoraciones, percepciones, imágenes sobre los lugares, recursos naturales, clima, relieve, paisajes, distancias atravesadas por los viajeros durante sus trayectos y estancias. Por su parte, Salvador Álvarez, historiador del Centro de Estudios Rurales de El Colegio de Michoacán, muestra algunas visiones e ideas sobre el espacio de la nación: la visión que se tenía en el siglo XIX de la Nueva España como una de las “joyas de la Corona”; la conciencia nacional de un territorio difuso e impreciso del recién México independiente; la idea geográfica de la jurisdicción de la provincia de Nuevo México como muy extensa, entre otras.
Luis Felipe Cabrales, geógrafo de la Universidad de Guadalajara, fundamentándose en una geografía cultural, analiza las panorámicas urbanas mexicanas para identificar los patrones de significación del paisaje y su papel en las relaciones sociales, acercándose significativamente al objetivo de esta obra. Plantea, entre otros interesantes aspectos, que “las representaciones paisajísticas son creaciones culturales que desarrollaron un destacado papel en la construcción de un imaginario nacional”, que dotan de una memoria colectiva ligada a un sentimiento de identidad que conserva en su paisaje signos que conforman territorios, esto de suma pertinencia una vez que el país se había independizado de España y aspiraba a construir las bases para lograr mejores condiciones sociales y materiales. El texto de Carlos Téllez, geógrafo del Centro de Estudios de Geografía Humana de El Colegio de Michoacán, a partir de los “conocedores y hacedores” de geografía afirma, entre otras cosas, que una de las grandes virtudes del campo de la geografía ha sido la posibilidad de ordenar, sintetizar y representar la realidad en un mapa, lo que ofrecía comodidad para el ejercicio de poder y las políticas de gobierno en los distintos territorios del país. J. Omar Moncada y Patricia Gómez, geógrafos del Instituto de Geografía y de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, enuncian el valor y significado de la producción geográfica académica positivista que se plasmó en la identificación y reconocimiento de los bienes naturales que conforman parte del patrimonio geográfico de México. De igual forma, Pastor Gerardo González, geógrafo del INEGI, manifiesta que los mapas han servido para generar conciencia y sentido de pertenencia respecto a nuestro territorio y nación, están llenos de símbolos con significados para cada uno de nosotros.
Para finalizar cabe especificar que la formación geográfica de México es una obra que va dirigida  para estudiantes y académicos que estén relacionados con el estudio de las ciencias sociales, la geografía y la historia de nuestro país; así mismo su lectura; es una lectura que es de fácil comprensión. Pero también es una obra que va dirigida a todo mexicano que esté interesado en cómo se fue danto la integración geográfica y la vida sociopolítica. Así mismo estos seis textos van de menos a más; lo que no aborda uno de los investigadores lo complementa el otro. Abarcando así entre todos la necesidad de cubrir desde la época virreinal hasta el 2010.